Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092

Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092

Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092

Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092

Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092

Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092

Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092

Notice: Undefined index: slug in /home/xuw45ijrfsfu/public_html/wp-includes/class-wp-theme-json.php on line 1092
Las historias que nos dejó la guerra - Palabra Libre - Editorial
Las historias que nos dejó la guerra

Las historias que nos dejó la guerra

El escritor Armando Caicedo estuvo a punto de morir, y no lo sabía. Su ángel de la muerte se llamaba Enrique, un niño de 11 años que lo aguardaba en un infierno de montañas húmedas y cielo fundido en lo impenetrable de la selva colombiana. En ese entonces Caicedo era teniente del ejército y luchaba contra la guerrilla que asolaba el país. De esto hace medio siglo.

Este jueves 1 de marzo, en Altamira Libros de Coral Gables, el autor presentó El niño que me perdonó la vida (Editorial Palabra Libre), la novela que desentraña la historia de un asesinato que no fue, pero también, el vínculo entrañable que nació entre Armando y Enrique.

El libro es el más autobiográfico en la obra de Caicedo, escritor y dibujante colombiano que reside en Miami, galardonado en tres ocasiones con el “Premio José Martí” concedido por la National Association of Hispanic Publications (NAHP) como reconocimiento a su trabajo como editorialista gráfico.

El niño que me perdonó la vida es una y varias novelas a la vez. Y todas encierran una emoción que se disfruta hasta el final. La primera es la vida de Enrique y la manera violenta en la que despierta al mundo: el desarraigo que sufre por los conflictos bélicos y de qué manera se lo adiestra para matar. Todo esto narrado en primera persona. Las otras novelas son la visión del joven militar Caicedo que debe cumplir órdenes y reflexiona a su paso sobre por qué Colombia ha llegado a esta locura. La última de las historias es el reencuentro entre el escritor y ese ángel destructivo que se volvió su protector. Por suerte, en estos 50 años cambiaron muchas cosas.

¿Cómo fue meterse en la cabeza de un niño?

Mi primer encuentro con Enrique tuvo como escenario la base de operaciones de la compañía de contraguerrillas, donde yo, un teniente del ejército me desempeñaba como oficial de inteligencia. Un helicóptero descargó en la base a un niño guerrillero, capturado semanas atrás. Mi misión era tratar de obtener información de interés para las operaciones. A los pocos días vine a descubrir que ese niño guerrillero, que no sabía leer ni escribir, y que tenía escasos 12 años, ya había acumulado la experiencia y la veteranía de un combatiente de cincuenta años y, además, estaba dotado con una memoria prodigiosa.

Nuestra relación inicial de enemigos a muerte, colocados por el destino en la misma selva y en el mismo río, pero en trincheras enfrentadas, derivó hacia el mutuo reconocimiento de que como seres humanos no éramos tan malos. Nuestra relación de mutuo respeto y admiración creció, al punto que me interesé en adoptarlo. Desde entonces, Enrique consideró que yo era su «papá», pues contribuí a sacarlo de la miseria de la guerra e introducirlo dentro de aquella sociedad que él, por recelo y desconocimiento, temía.

La novela también es una radiografía de los años más violentos de Colombia. Es una novela sobre la memoria más reciente de su país.

Esta novela me cayó del cielo. No en otra forma me explico que mi encuentro original con Enrique sucedió en 1966, en el momento en que nacen las Farc. Y nuestro reencuentro, en la misma selva –50 años más tarde– corresponde al año en que se desmovilizaron las Farc. Enrique es parte de la estadística. Él es uno de los 16,879 menores que entre 1960 y 2016, participaron en una guerra que se peleó con niños. Prueba de ello es que el 47% de los veteranos guerrilleros de las Farc fueron reclutados cuando eran niños.

A Enrique lo adoctrinaron para que aprendiera a odiar al Estado, a los ricos, a los políticos, a los burgueses y a los gringos. Aprendió que «la lucha de clases» y «la combinación de todas las formas de lucha», hacen parte del evangelio de los revolucionarios y que el propósito fanático de tomarse el poder por las armas justifica ataques contra la fuerza pública, y atropellos y abusos contra los campesinos que se resisten a colaborar. Medio siglo más tarde, se silenciaron los fusiles, pero los campos quedaron sembrados de cruces y las almas tatuadas con cicatrices.

¿Enrique leyó la novela?

Enrique no sólo leyó la novela, sino que me dictó la novela.

En las más de cien horas de grabación quedó el registro de nuestros largos silencios, en los momentos de recordar pasajes cargados de angustias y padecimientos, y nuestro llanto –sin la menor vergüenza– cuando compartimos escenas de intenso dolor. Investigar y escribir esta novela obró como un saludable ejercicio de catarsis. Enrique y yo sentimos que aliviamos nuestras almas de los recuerdos del infierno y logramos espantar tantas pesadillas acumuladas durante cincuenta años de guerra.

¿Tiene esperanzas sobre el proceso de Paz que vive Colombia?

La paz es irreversible. Pero sanar las cicatrices y heridas de las víctimas requerirá muchos años. Es que el proceso de paz, se pactó durante cinco años a espaldas de los 49 millones de colombianos, para favorecer a los rebeldes alzados en armas, que representan al 0.02% de la población. Cuando lo pactado se hizo público, y se le sometió a un plebiscito para ser aprobado por los colombianos, el pueblo dijo: ¡No! Entonces, el Gobierno, sin asomo de vergüenza, desconoció la voluntad de la mayoría. Quienes conocemos las miserias de la guerra sabemos que la paz sin justicia no germina, ni siquiera en una novela de ficción.

Nota publicada en El Nuevo Herald.

Leave a Reply